Desde hace décadas, comunidades indígenas ubicadas en las zonas altoandinas del Perú enfrentan las consecuencias del cambio climático, además de la falta de apoyo gubernamental y la pérdida de sus principales medios de subsistencia. Las heladas han variado en tiempos e intensidad. La migración ha aumentado en los últimos años debido a la vulnerabilidad en la que se encuentra la población. Científicos sociales coinciden al alertar sobre los riesgos culturales que representa el abandono de sus tierras. ¿Es el clima más poderoso que el hombre de los Andes?
Rosita Chambilla, una mujer de 67 años, ha dedicado toda su vida a cuidar de sus alpacas en el altiplano peruano, a más de 4500 m.s.n.m. Los auquénidos son llevados al corral donde pasarán la noche mientras la temperatura baja a -10 ºC (este año se estima que el frío llegará a -22 ºC). Son las cinco y treinta de la tarde, el cielo oscurece y la luz de la luna es lo único que permite distinguir al ganado de las sombras en las alturas de la región de Puno, uno de los lugares más afectados por las heladas.
Rosita se lamenta por no ver a sus hijos. “Los cinco se han ido, me han dejado. Se acostumbran a la ciudad. La venta de la lana [de las alpacas] no es suficiente para mantener a todos. Mi esposo enfermó por el frío y uno de mis hijos se lo llevó a Tacna, ¿para qué van a venir si ya no hay nada aquí?”, cuestiona. El frío en las noches aumenta lo que amenaza la supervivencia de las alpacas.
El Perú ha tenido un incremento de más de 3 millones de personas al 2017 desde el anterior censo poblacional realizado una década atrás. Sin embargo, Puno es la tercera región que presentó una mayor disminución en la tasa poblacional y la sexta con la mayor cantidad de emigrantes. Las migraciones afectan el trabajo colectivo en las comunidades. Cada año, miembros de la comunidad, especialmente los jóvenes y niños, se van a las ciudades y regiones como Moquegua, Tacna y Arequipa. Al salir del territorio, y ante la ausencia de los más jóvenes, las tradiciones y herencias culturales ya no pasan a las nuevas generaciones. En las comunidades de alta montaña solo van quedando los adultos mayores.
“Antes había ayllu” (vocablo quechua sobre trabajo colectivo) cuenta un familiar de Rosita. Ahora la gente se va porque dicen que en las ciudades sí pagan el trabajo mientras en la comunidad no. Eso está afectando el trabajo en el campo porque solo los mayores están quedando al cuidado de la tierra, cuenta Junior Flores, coordinador del área de pueblos originarios y medio ambiente del Instituto de Estudios de las Culturas Andinas (IDECA).
Rosita pertenece a la comunidad campesina de Chichillapi, reconocida como pueblo indígena aymara en 1943 y perteneciente a Mazocruz en la provincia puneña de El Collao. En los archivos históricos del país, Mazocruz figura como una de las zonas más gélidas. Los periódicos anunciaron que en junio de 1973 se registró la segunda temperatura más baja del país: -27.8 ºC.
Casi cincuenta años después de este suceso, los Chambilla que permanecen en Mazocruz dicen que el clima sigue produciendo daños al ganado y a la salud de los comuneros. El frío y la falta de humedad son característicos de estas zonas por la altitud en la que se encuentran. Pero algo ha cambiado en las últimas décadas. El calentamiento global hace sentir sus consecuencias. El calor abrasa la lana de algunas alpacas de Rosita durante el día y por la noche la sensación de las heladas, fenómenos atmosféricos que reducen la temperatura a niveles bajo cero, se está volviendo más intensa. El cambio de temperaturas también está disminuyendo el agua disponible.
Puno es la sexta región con la mayor cantidad de emigrantes en el país. Expertos advierten los riesgos culturales que representa el abandono de sus tierras.
El Servicio Nacional de Metereología e Hidrología (Senamhi) ha estimado en un informe con miras al año 2030 que el sur peruano -donde se encuentran las regiones más afectadas por las heladas: Puno, Cusco, Arequipa y Tacna- presenta una mayor frecuencia de sequías moderadas y severas. Las estimaciones señalan que en el Altiplano la temperatura promedio aumentaría hasta en 2 °C al 2020. Pero el aumento de temperatura en el día combinado con la falta de humedad hace que las heladas en la noche se sientan con mayor fuerza.
Esta variación del clima que se ha evidenciado en la subregión andina por más de tres décadas ha intensificado el derretimiento de glaciares en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, según una publicación de la Comunidad Andina en el 2008. En Perú hay alrededor de 600 mil personas viviendo en centros poblados clasificados por el gobierno como zonas de alto o muy alto riesgo por la ocurrencia de heladas. Las regiones que concentran una mayor proporción de la población expuesta a estas temperaturas son Puno (34.6%) y Cusco (22.3%).
Sixto Flores, director del Senamhi Puno, dice que el incremento de gases de efecto invernadero y el aumento de temperaturas a nivel mundial tienen consecuencias que golpean al altiplano. Incluso la intensificación del fenómeno El Niño y la deforestación de los bosques amazónicos afectan estas zonas. “La energía que la tierra absorbe durante el día se pierde con mayor rapidez por la inmensa llanura de los andes y los cambios son bruscos [al caer la noche]”, comenta.
Flores también señala que los ríos de la región que van hacia el Titicaca, el lago navegable más alto del mundo que limita con Bolivia, están amenazados. Ahí llega el 95% de las aguas corrientes de la región, como el pequeño riachuelo a metros de la casa de Rosita que se transforma en el río Cuipa Cuipa antes de desembocar en el Titicaca. “Si las lluvias continúan disminuyendo y el calor aumenta, habrá un descenso del agua del lago cuya principal función es la de regular las temperaturas [al desprender el calor que absorbe durante el día]”.
Ni Rosita ni los comuneros de Mazocruz saben la temperatura exacta. Lo único que notan es que ese manto blanco que era característico de las montañas que los rodean va en detrimento. El calor aumenta en los días y ellos dicen que esto ocasiona que sus manantes escondidos en la llanura ya no tengan tanta agua como antes. Menos riego para la siembra. Menos agua para el sustento de la vida.
El accionar del Estado
Frente a la vulnerabilidad por el cambio climático en la que se encuentran las poblaciones altoandinas, el Estado ha diseñado, desde el 2012, intervenciones orientadas a la reducción de daños. El Plan Multisectorial ante Heladas y Friaje es desarrollado y ejecutado de forma anual con la implementación de viviendas y cocinas mejoradas, tambos (bodegas) para el almacenamiento de donaciones, proyectos de electrificación rural, mejoramiento periódico de caminos, instalación de estaciones meteorológicas automáticas, acondicionamiento térmico ambiental en escuelas, kits pedagógicos, campañas de vacunación, entre otras medidas que son el sueño del que se vive en las alturas. El presupuesto designado para el periodo 2019-2021 es de más de S/ 376 millones (más de US$ 112 millones).
Pese a esto, los esfuerzos para frenar los efectos de la temporada no han sido suficientes y cada año se registran víctimas mortales y cientos de damnificados. La Presidencia del Consejo de Ministros ha reconocido en su plan multianual al 2021 que “no necesariamente llegaban a la población más vulnerable del distrito; sino más bien muchas veces a los lugares de más fácil acceso”.
La situación de las heladas se agrava al considerar la edad de la población afectada (niños menores de cinco años y adultos mayores), el impacto en las principales actividades de subsistencia en los Andes, ganadería y agricultura, y las distancias. En estas comunidades de Mazocruz no solo no hay agua potable, tampoco hay internet ni señal telefónica. Para comunicarse con alguna ciudad deben recorrer una hora en moto hacia una montaña a la que solo llega la señal de una empresa de telefonía. “Al menos tenemos luz”, dice Andrés Quispe. La energía eléctrica que tienen proviene de paneles solares que fueron instalados por el gobierno hace un año, meses después de la construcción de algunas viviendas de cemento de techos altos en esta zona. A pesar de que usan más de cinco frazadas para dormir, el frío es penetrante.
Fabio Vargas Huamantuco, alcalde provincial de Carabaya, dice que los informes que les piden hacer los gobiernos regionales “solo son para que ellos tengan conocimiento, pero no tenemos ningún apoyo y el presupuesto que manejamos no es suficiente”. La preocupación de Vargas también refleja el “peloteo” entre instituciones para saber quién implementa sus planes en los distritos. En Mazocruz, el actual alcalde Euladio Charaja señala que la gestión anterior no dejó proyectado un plan que pueda continuar su gobierno. La nueva administración, como en muchas otras localidades, debe iniciar desde cero.
Otras autoridades, que prefieren no incluir su nombre en este reportaje por temor a perder sus puestos, coinciden en que el asistencialismo que se viene realizando tampoco es la solución. Los diversos programas y entidades creados a nivel regional y nacional para participar en la lucha contra el frío -Sierra Exportadora, Agroideas, Programas de riego, Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA), el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), el Proyecto Especial Camélidos Sudamericanos (Pecsa), por mencionar algunos- no coordinan actividades con los gobiernos locales y regionales. “Hacen lo que cada uno cree conveniente”, señala un funcionario.
La Presidencia del Consejo de Ministros reconoció que “no llegaban a la población más vulnerable del distrito; sino más bien a los lugares de más fácil acceso”.
Avanza junio y Rosita reclama la poca ayuda que ha recibido de las autoridades. Las comunidades creen que el gobierno brindará algún día -cuando se acuerde de ellos en sus palabras- la solución a sus problemas. Pero quedarse esperando la ayuda la ayuda del gobierno quizás no sea la mejor opción.
Fuentes de subsistencia y las políticas sociales que no llegan a todos
A ocho horas en auto desde Mazocruz, hacia el norte, se encuentra la comunidad campesina de Lacca Alccamarini, en Carabaya. Ahí vive Pascual Flores un agricultor de papa de unos 60 años. La agricultura es otra de las actividades principales que permite el sustento de las familias que habitan el altiplano peruano, pero en enero las prontas heladas arruinaron la siembra. Pascual y su familia tuvieron que sembrar de nuevo unos meses después, pero ya es temporada de heladas y las papas no alcanzaron el tamaño adecuado. Lo poco que se cosecha será convertido en moraya o chuño blanco, que es el resultado de una práctica ancestral de deshidratación de la papa para conservarla mejor cuando caiga la nieve. Especialistas señalan que la temporada de heladas ya no empieza en un mes determinado, a veces se presentan meses antes, otras, después.
La Dirección Regional Agraria de Puno identificó alrededor de 134 hectáreas perdidas y otras 32.393 afectadas, por daños de cultivos de campo por efecto de fenómenos climatológicos en las 13 provincias en Puno en la campaña agrícola 2018 – 2019. El futuro no es más prometedor. Estimaciones realizadas por el Senamhi señalan que debido a la disminución de las precipitaciones, el rendimiento del cultivo de papa se reducirá entre 11 y 15% al año 2100. Sin embargo, agricultores como Pascual siguen sembrando. “No hay más que hacer, a esto estamos acostumbrados”, dice Pascual, pero exige la intervención del Estado.
La escena de pérdidas se repite en diversas comunidades indígenas ubicadas en las alturas.
Heladas sin crías
Macusani, capital alpaquera del Perú y del mundo. Cobertizos se erigen próximos a la comunidad campesina de Queracucho, a metros de lo que queda del nevado Allincapac. Es el Centro de Mejoramiento Genético construido en 2017 por el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA). Aquí las alpacas son mejoradas por un proceso de selección y cruce controlado, y así el valor de su lana llega a costar un cuarto más de lo que vale en el altiplano puneño. Hoy los cobertizos están vacíos porque la temporada de apareamiento terminó en marzo (va de noviembre a marzo), justo antes de que empiecen las heladas. En esos meses no deben nacer nuevas crías, pero no todos lo saben o no todos le prestan atención a esta alerta.
Expertos consultados señalan que en los meses en los que se presentan las heladas y hay riesgo de nevada no debería haber nuevas crías porque los recién nacidos son más vulnerables al frío y hay mayor probabilidad de que mueran las alpacas. Los ciclos de gestación tardan entre once y doce meses. “Las familias se han olvidado de esos saberes”, comentan. Por eso los auquénidos del altiplano siguen naciendo fuera de época.
Son pocos los que apuestan por la ganadería intensiva, método que al reducir la cantidad de ganado les permite tratar enfermedades, alimentarlas con cebada y mejorar los tratamientos de crianza. Ricardo Aruviri, criador de alpacas dice que “a los mayores les cuesta entender y prefieren tener mucho ganado [camélido], pero este no se cuida de la misma manera”.
Ese olvido está ocasionando pérdidas en la región. Al final del día, en Macusani, donde las alpacas Huacayo y Suri fueron consideradas por los Guinness World Record como las especies más finas del mundo en 2017, los cambios de temperatura y la falta de acciones coordinadas siguen afectando a la gente y al ganado.
Un vocero de Agro Rural, programa gubernamental encargado de desarrollo agrario en zonas rurales, dijo para esta publicación que cada vez que se entrega un cobertizo, infraestructura de riego o canal, el comunero es capacitado. Durante el 2019, un total de 1765 cobertizos serían donados como parte del plan multisectorial para cinco regiones del sur. A la fecha la campaña de entrega y aplicación de kits veterinarios fue completada a nivel nacional, señala el representante, aunque no sabe qué responder ante el cuestionamiento por la falta de atención en las alturas como Chichillapi.
A Rosita no le llegó la donación. Las casi tres horas que la alejan de la modernidad y a la que solo se llega por un camino de polvo y piedras la mantienen apartada de los “beneficios” del gobierno. La carretera Interoceánica que une Perú y Brasil no se encuentra cerca a su comunidad. Otros distritos ubicados a menor distancia de la multibillonaria inversión construida por la investigada Odebrecht afirman no haber recibido aún los beneficios, pero esperan obtenerlos en el futuro.
Resiliencia: El hombre y el cambio climático
Proyectos de irrigación, de siembra y de cosecha de agua, la revalorización de costumbres y prácticas ancestrales cada vez se discuten más entre la comunidad. “¡Tenemos que unirnos”, exclama Fidel Chambilla, presidente de la comunidad de Chichillapi. Pero, como casi todos los proyectos de la zona, dicen que la implementación depende del presupuesto de los gobiernos. “Los cerros nevados mantienen los ojos de agua, pero se están secando. Antes se veía todo blanco. De aquí a unos años el agua va a costar caro, va a costar más que el oro”, dice Fidel.
En la comunidad creen que las cosechas de agua ayudarían a conservar este recurso. “Lo hemos hablado con el gobierno regional, pero nos han dicho que tenemos que pedir al gobierno local primero. Ya hemos hablado con el alcalde y estamos esperando respuesta”, comenta Fidel.
¿Vamos a tener agua, sobrino?, pregunta una anciana
Sí, vamos a tener, le responde Fidel
¡Ay, qué bonito sería! Ya no tendría que cargar toda esa agua.
No te preocupes, tía, vamos a ver qué hacer.
El presupuesto que han solicitado a la municipalidad para tener agua potable fue aprobado el 2015; sin embargo, su ejecución podría tardar unos años más por el tardío desembolso y la falta de recursos propios de la municipalidad. Si no hay fondos suficientes, la solicitud deberá ser atendida por el gobierno provincial o la autoridad regional. Fidel lo sabe, pero no le dice eso a su tía. La promesa de las autoridades quizá no se cumpla mientras ella permanezca en sus tierras.
Mientras esperan, los comuneros exploran con otros recursos y conocimientos disponibles.
Porfirio Chambilla es uno de los comuneros que se dedica al negocio de incubación de ovas de truchas en la zona desde hace más de cinco años. “El frío no les afecta [a las truchas] y no mueren”, dice. Los millares de huevos comprados a exportadores chilenos y norteamericanos crecen. Incluso algunos han buscado capacitarse en las ciudades sobre cómo tratar y evitar las enfermedades en sus peces. Porfirio se queja del bajo precio de la carne y la lana de la alpaca y ve en las truchas una nueva opción de vida. Sus hijos dejaron la comunidad y estudian en la ciudad, solo regresan en vacaciones y él les enseña el negocio de las truchas. “Hay un interés de otras personas por la crianza, pero todavía falta”, cuenta.
Pero para adaptarse a los cambios que están ocurriendo en las alturas de los Andes se necesita más conocimiento. Todavía son pocas las investigaciones a profundidad sobre las bajas temperaturas-. Yamina Silva, científica especialista en variabilidad climática, señala que “para realizar estos estudios se necesitan datos hidrometeorológicos de entre 30 y 40 años y el Perú no cuenta con suficientes estaciones que los recojan para realizarlos”.
El frío que se cuela por el cuerpo
Luperio Onofre, antropólogo y médico tradicional aymara, cuenta que la gente utiliza la blanquecina wira wira, la coca, la muña, entre otras plantas medicinales para palear el frío. Sin embargo, la neumonía y las enfermedades respiratorias siguen siendo el principal enemigo de la zona.
En las campañas de salud que llegan desde la capital, las vacunas prioritarias fueron las del sarampión como parte de una campaña nacional. Las vacunas contra la neumonía para niños llegaron meses después del inicio de las heladas.
César y Elvis son los únicos alumnos de toda la escuela primaria Nº 70669, cerca a la frontera con la región de Tacna, en el sector de Cuipa Cuipa, Mazocruz. Ambos tienen ocho años, y los chullos, tejidos de lana de alpaca, y las chompas y casacas que traen puestos no son suficientes para mantenerlos calientes bajo el techo de cemento del aula y en el frío del camino en la mañanas cuando aún se sienten los efectos de las heladas nocturnas.
Con el paso de los años el número de niños ha disminuido, coinciden maestros de diversas comunidades de la zona. Además de las campañas médicas y una adecuada nutrición, esta población de alta montaña requiere una infraestructura que no tiene para que los niños puedan educarse. Una infraestructura que permita que el frío de la noche no se quede en el aula y la temperatura interior sea mejor. El gobierno inició la implementación de escuelas en el altiplano, pero el plan aún no alcanza a Cuipa Cuipa. Las temperaturas cambiantes y las enfermedades respiratorias han hecho que las familias migren hacia las ciudades en busca de comodidades.
Nosotros nomás estamos, interrumpe César.
¿Conocen a otros niños?, pregunto.
(Ambos murmuran entre aymara y castellano.)
Había otro niño, pero ya no viene. Se cansó, vivía a horas.
El tercer niño del que hablan vive a dos horas en bicicleta. Su madre no lo trae por la distancia y el temor a que se enferme. “El nivel de aprendizaje de los niños se afecta y el frío no les deja concentrarse, están pensando en salir al patio a calentarse y a jugar”, comenta la profesora Dina. “Es como si Cuipa Cuipa no existiera en el mapa”. La campaña de vacunación contra la neumonía llegó en la mitad de la temporada de heladas.
En el centro de salud de de la zona, ubicado en Chichillapi, no hay un registro de enfermedades ni decesos, por eso las cifras oficiales podrían estar alejadas de la realidad. Sin embargo, los números del gobierno indican que en lo que va del año (hasta julio del 2019), el Ministerio de Salud (Minsa) reportó 678 casos de neumonía y cuatro víctimas mortales menores de seis años en Puno. Mientras que 464 casos de la misma enfermedad y nueve muertes se registraron en mayores de 60 años. Las ocurrencias siguen incrementándose en otras regiones del país. Para este reportaje se intentó comunicar con la Dirección General de Gestión del Riesgo de Desastres y Defensa Nacional en Salud, del Minsa, pero no se tuvo respuesta hasta el cierre de esta publicación.
Enfrentar el cambio climático desde distintos frentes sigue siendo un reto pendiente para las comunidades de alta montaña, principalmente para las más apartadas. De regreso a Mazocruz encuentro a Rosita con sus alpacas, el mundo que la rodea está cambiando. Para sobrevivir, ella y los suyos deberán también cambiar y seguirle el ritmo a un territorio que será distinto al que conocen.
Este trabajo de Wayka fue realizado en alianza con CONNECTAS con el apoyo del Programa Regional de Seguridad energética y Cambio climático en América Latina de la Fundación Konrad Adenauer (EKLA-KAS).
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